CARLOS VILLAR FLOR



BEATA ESPERA


Se os espera con el frío. Con la helada
que congela nuestros huesos. Con el vaho
que ya nos empaña el pecho. Con los copos
que tímidos caen sobre el suelo.
Se os espera.
Lleváis unos meses de vida
misteriosa y subcutánea. ¿Cómo es posible
que por un momento pleno de ufanía
vinierais de la nada con el mapa
genético completo?
Y luego, tantos meses de sigilo,
de travieso y montaraz contorsionismo
intrauterino, de chuparos el dedito,
de besaros en la calva, o chutaros el trasero
mutuamente, o pegarle esa patada de taekwondo
al vientre maternal, que no se arredra.
Te agitas, Angelita, como el padre
que te engendró (qué cosas digo) en el lecho
ahora acuoso. Y tú, David, si no engaña
ecografía, manazas poseerás, cuasipaternas,
y los ojazos hondos de tu madre.
Se os espera.
Venís a complicarnos bien la vida.
Y a mí, que planto cara a mis cuarenta inviernos
asediando ya la frente (Shakespeare dixit)
no me dejáis el tiempo ni el espacio
para mi derecho a crisis.
Acaso alegaréis que vuestros padres
os la hemos cambiado del todo
–convocados de la nada al influjo de lo eterno–
y es verdad, y por lo tanto,
pasáis al contraataque, como un juego,
desde vuestro folio en blanco,
futuro puro, excelso o miserable
(o por qué extremos, también tenéis derecho
a ser mediocres, como tantos).
Y al final, el resultado de esta rifa,
de este décimo feliz de lotería,
no lo verán mis ojos en la tierra.
El riesgo es hoy total. Bendito el riesgo.
Ángela y David, ya se os espera.

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